miércoles, septiembre 06, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (3): Lenin gana, pierde el mundo

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado

 



Lo cierto es que Lenin, nada más verlos, les echó una bronca por las cosas que estaba leyendo en Pravda. Sucintamente, el líder de la revolución, contra el criterio de la mayoría de los presentes, y desde luego del de Stalin, estaba totalmente en contra de las actitudes contemporizadoras con el gobierno provisional. Apenas unas horas después, Lenin expuso en el Palacio Tauride las que se conocen como sus Tesis de Abril, que formalizaron, por así decirlo, la demanda bolchevique por el control total de la revolución.

Aunque, obviamente, con los años todo esto fue desapareciendo del relato que la URSS hizo de sí misma, en ese momento fueron muchos los líderes bolcheviques que reaccionaron muy mal a las tesis de abril. Lenin fue visto por muchos de sus compañeros como un exiliado que, a base de no vivir en Rusia, se había desconectado de la realidad del país y había desarrollado un radicalismo sin base real. Incluso el Comité Central de Petrogrado, órgano fundamental para definir la marcha del Partido, dudaba de su planteamiento, y sólo en la VII Conferencia del Partido, a finales de aquel abril, acabó por asumir sus tesis. La única intervención en aquella conferencia abiertamente leninista fue la de Kollontai. La actitud de Lenin, en todo caso, fue leída por muchos dirigentes como un reproche directo por la denuncia de las actitudes conciliadoras; y entre éstos estaba Stalin.

En un gesto que habría de pagar caro por lo mucho que lo explotaría Stalin, durante la Conferencia Kamenev atacó a Lenin por no darse cuenta de que las circunstancias del momento aconsejaban formar un bloque con el gobierno provisional, no hacerle la oposición. Piotr Germogenovitch Smidovitch, Alexei Rykov, Georgi, llamado Yuri, Leodinovitch Pyatakov, Nikolai Alexandrovitch Milyutin o S. Y. Bagdatyev fueron algunos más de los que hablaron contra Lenin (y lo pagarían). Stalin, sin embargo, había leído el partido y habló en favor de su camarada. Esto le valió, entre otras cosas, ser reelegido para el Comité Central.

Iosif Vissarionovitch, por lo tanto, había sabido acercarse a Lenin en el momento más productivo para ello. Consolidó, efectivamente, un papel importante como ejecutor de las políticas diseñadas por el principal jefe de la organización. Del 3 al 24 de junio, se reunió el I Congreso de Soviets de Rusia, que eligió a los miembros del Comité Ejecutivo Central. Pero aquél no era un órgano bolchevique. En él había 123 mencheviques, 119 socialrreviolucionarios y sólo 57 bolcheviques, uno de ellos Stalin. Obviamente, se trataba de un órgano muy conciliatorio con el gobierno provisional, puesto que hacía las veces de parlamento en el cual las fuerzas de dicho gobierno eran ampliamente mayoritarias. A principios de julio, los bolcheviques planificaron una gran manifestación que fue, sin embargo, prohibida por el gobierno. Esto dio alas a los teóricos pro leninistas que, en el Partido, consideraban que su revolución no llegaría por medios democráticos.

En realidad, la actitud del gobierno provisional era intensamente antibolchevique. Se preparaba la imputación judicial de Lenin bajo la acusación de ser un agente alemán; algo que, claro, en medio de una guerra era delito de lesa traición. Alguien le cantó la gallina a Lenin y el líder bolchevique decidió marcharse de su casa. Con la obvia ayuda de Stalin, se escondió en casa de los Aliluyev, que lo mismo, por lo que se ve, valían para un roto que para un descosido. Allí, a principios de julio, Lenin se reunió con un estrecho número de colaboradores, entre ellos Viktor Pavlovitch Nogin, Ordzhonikidze, Stasova y Stalin. Se trataba de decidir si Lenin debía entregarse. Lenin, ya acostumbrado entonces a declarar aquello en lo que no creía, había afirmado que se entregaría siempre y cuando el Comité Ejecutivo Central se lo demandase. En realidad, lo que buscaba era que dicho Comité interviniese en el proceso, como garante de que sería respetado y tendría un juicio justo, pues sabía que el gobierno eso no lo iba a hacer. Muchos bolcheviques estaban por esa labor; pero los mencheviques tuvieron uno de sus típicos accesos de sinceridad, y declararon que eran partidarios de la entrega de Lenin pero que, una vez entregado, no podían garantizar nada. Así las cosas, acabó ganando la posición que proponía que Lenin se pirase de Petrogrado y se escondiese; finalmente, saldría hacia Sestroretsk y, luego, Finlandia. Fue, por cierto, durante esas jornadas cuando Stalin se hizo novio, por así decirlo, de Nadezhda Aliluyeva, su segunda mujer.

La huida de Lenin convirtió a Stalin en una de las principales correas de transmisión entre el líder y su organización en Rusia. Aquí no le hizo falta exagerar demasiado a Stalin en los libros de Historia publicados durante su dictadura: eran, efectivamente, él y Sverdlov quienes ejecutaban las órdenes llegadas del exilio. Lenin regresó meses después, el 10 de octubre. Se presentó en una reunión del Comité en casa del menchevique Nikolai Sukhanov, que estaba casado con una bolchevique. En ese momento, Lenin consideraba que la situación todavía no era la perfecta para la toma de poder por los comunistas.

Los rusos, y muy particularmente los moscovitas, estaban aquel otoño angustiados. Las noticias eran constantes acerca del agotamiento progresivo de las reservas de grano de la ciudad. El Ayuntamiento llamó a la calma, pero Lenin estaba ya llamando a sus bases para lo que consideraba podía ser un levantamiento inminente. Así pues, hemos de asumir que incluso para él las cosas habían ido muy deprisa; aunque la otra hipótesis, que cuadra más con su personalidad, sería que en la reunión celebrada el 10 de octubre, puesto que había no bolcheviques en la sala, mintió como una perra.

El Comité Central del Partido (no confundir con el Comité Ejecutivo Central) montó una especie de estado mayor, en el que estuvieron Sergei Bubnov, Dzerzhinsky, Moisei Solomonovitch Uritsky, Sverdlov y Stalin. Por qué no estaba Trotsky, es algo que, la verdad, siempre me he preguntado (aunque es difícil, no hay que descartar que el comunismo oficial acabase por conseguir que memorias y testimonios olvidasen el detalle).

Con las primeras sombras del 24 de octubre, Vladimir Lenin llegó a la sede central bolchevique, el Instituto Smolny, la actual residencia del alcalde de San Petesburgo y que, aun hoy, tiene una estatua de Lenin. En el momento en que relato, lo que estaba allí era el Comité Militar Revolucionario. Poco tiempo después, una unidad militar kadete (uso la k para que se vea claro que no eran cadetes de academia, sino kadetes de ideología) llegó para arrestar a Lenin. Los guardias rojos los desarmaron.

Al día siguiente Kamenev, tal vez sospechando que a los kadetes alguien los había llamado o los había dejado pasar, propuso que ningún miembro del Comité Central fuese autorizado a abandonar el Smolny a menos que tuviese instrucciones para ello. Por lo demás, también propuso que parte de la estructura golpista bolchevique se trasladase a un barco, el Aurora, ante la perspectiva de que el Smolny fuese bombardeado. Stalin no estaba presente en ese momento, otra cosa que también le acabaría jugando a la contra a Lev, el hijo de Boris. Esa noche, el Comité Militar Revolucionario entró al modo Trump en el Palacio de Invierno, donde estaba encastillado el gobierno provisional. Pero ésta fue una invasión guay, porque la hicieron los buenos.

El día 25 de octubre, los guardias rojos ocuparon las posiciones estratégicas de Petrogrado. Por lo demás, los regimientos de cosacos establecidos en Petrogrado se negaron a intervenir en defensa del gobierno provisional; el Palacio de Invierno estaba ciego y sordo, con las líneas de teléfono cortadas. Ese día por la tarde, el activo soviet de Petrogrado celebró reunión, bajo la presidencia de un Trotsky que anunció la caída del gobierno provisional, la apertura de las cárceles y el envío al frente de telegramas para contarle a la tropa todo el mojo.

Todo lo había iniciado una carta de Lenin, el día 24, que instaba a los bolcheviques a actuar rápido porque, dijo, de otra manera podrían perderlo todo. El 25 de octubre por la noche, inopinadamente, se abrió el II Congreso de los Soviets, que tomó las, por así decirlo, primeras medidas de gobierno comunista.

Lo realmente relevante para las notas que estamos aquí escribiendo es que, durante estas horas decisivas, es totalmente imposible adverar dónde coño estaba Stalin. Con seguridad estaba, que diría Peter Griffin, haciendo cosas soviéticas. Es seguro que estaría transmitiendo mensajes, pasando panfletos, esas cosas. Pero lo realmente importante es que, de todos los relatos que han quedado de esas horas, ni uno solo lo cita como personaje relevante en la conspiración.

En el congreso de los soviets, Yuli Martov, el líder menchevique, abogó por una solución pacífica de la crisis. MI Gendelman, líder socialrrevolucionario, propuso una moción condenando la toma violenta del poder, pero ni siquiera consiguió que todos los socialrrevolucionarios votasen con él. Por otra parte, los miembros del Bund Judío, los llamados mencheviques internacionalistas y el Poalei-Tsion o sionistas proletarios, abandonaron la reunión.

El tema de los socialrrevolucionarios tiene su miga. En realidad, es muy probable que los bolcheviques nunca hubieran conseguido tomar el poder sin la ayuda de aquéllos que esa noche votaron en contra de su propio partido: los considerados como socialrrevolucionarios de izquierdas. Los socialrrevolucionarios de izquierdas habrían de constituirse en partido político propio en noviembre de aquel 1917, y eran un partido fundamentalmente agrario. No creían en la dictadura del proletariado y, por lo tanto, consideraban que el Consejo de Comisarios del Pueblo, es decir el gobierno, debía de tener miembros de todas las tendencias socialistas. Sin embargo, en la práctica decidieron, a finales de octubre, apoyar a los bolcheviques; juzgaron que apoyarles era la mejor manera de conseguir sus objetivos, con lo que demostraron que no conocían mejor a Lenin que a Cristiano Ronaldo. En diciembre de 1917, para que no se enfolliscasen, Lenin les dio boleta en el gobierno con un tercio de los ministerios. Fueron inocentes pagafantas de esa movida, que tanto le acabaría por costar al mundo, Isaac Nachman Steinberg, Prosh Perchevitch Proshyan, Andrei Lukic Kolegaev, Vladimir E. Trutovsky, Vladimir Alexandrovitch Karelin, Vladimir A. Algasov y M N Billiantov (dudo con este señor; puede que fuese el Alexander Brilliantov, socialrrevolucionario, que formó parte de la Asamblea Constituyente).

El congreso, liberado de presiones antibolcheviques, aprobó decretos defendidos por Lenin sobre la explotación de la tierra y la búsqueda de la paz en la guerra, y nombro un VtsiK, o Comité Ejecutivo Central, con 101 miembros de los que 62 eran bolcheviques. Entre éstos, sin embargo, todavía gentes como Kamenev, Zinoviev, Nogin o Miliutin consideraban que el poder debía compartirse con otras formaciones de izquierda. Bubnov, Dzerzhinsky, Stalin, Sverdlov, Stasova, Trotsky, Adolf Abramovitch Ioffe, Sokolnikov, Muranov y, por supuesto, Lenin, no eran de esa opinión.

El 29 de octubre, los mencheviques hicieron una proclama pública contra la toma de poder por los bolcheviques. En unos pocos días, todos los periódicos que la publicaron estarían clausurados.

En la pedrea de nombramientos del nuevo gobierno de Rusia, a Stalin le cayó el puesto de comisario de Nacionalidades. No se le conoce ni un acto ni una proposición de gobierno con cierto contenido en ese tiempo.

3 comentarios:

  1. Anónimo4:19 p.m.

    Digo y pregunto. . . ¿No se le enriedan los dedos cuando escribe todos esos nombres eslavos?

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  2. Anónimo4:22 p.m.

    Se me ha saltado el texto anterior antes de firmarlo, aquí doy la cara: Lizardo Sánchez, de Córdoba, Argentina.

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